“Los grillos sintieron que era su deber advertir a todo el mundo que el verano no puede durar para siempre. Incluso en los días más lindos del año -los días en que el verano se transforma en otoño- los grillos difunden el rumor de la tristeza y el cambio.”
(…) “El verano terminó”, repetían los grillos. “¿Cuántas noches hasta la primera helada?” cantaban. “¡Adiós, verano, adiós, adiós!”
La telaraña de Carlota, E.B. White,
Quizás percibiste también el fervor con el que “cantan” los grillos por estos días, y no necesitaste el calendario, o el cambio de temperatura, para enterarte de que se aproximaba el otoño.
¿Por qué acrecientan los grillos su famoso cri cri en esta época del año? Por estos días, los grillos se esmeran en “estridular” (éste el término técnico), frotando sus alas entre sí, como un violinista desliza las crines del arco sobre las cuerdas, por un buen propósito. Es su última chance de aparearse antes de que llegue el invierno, y aquel que produce el “canto” más resonante gana a la hembra.
Aun sin saber acerca de estos últimos cartuchos reproductivos, muchos sentimos un dejo de nostalgia al escucharlos, puntuando la tarde o el anochecer. Todas las estaciones nos hablan del cambio y la transición, pero el otoño probablemente sea el vocero más agudo.
Si el invierno invita a la introspección, la primavera al renacimiento, el verano a la celebración, el otoño es una clase maestra en el arte -y la necesidad vital- de soltar. Lo ilustran los árboles con cada hoja que entregan; los animales, con sus aprestos para tiempos de escasez. Lo recuerdan los días más cortos, las noches más largas; la lenta retirada de la luz.
Todo cambio nos conecta con la pérdida, a la vez que con la oportunidad del renacer. En estos tiempos difíciles, en los que el mundo se estremece nuevamente por una avanzada de humanos contra humanos, podemos mirar a la naturaleza, y recordar que la oscuridad es solo una parte del cuento, que nada -ni siquiera eso- está hecho para durar. Que las fuerzas que alimentan la vida son infinitamente más fuertes que las que la socavan.
Para quienes vivimos en el hemisferio sur, es hora de poner a hervir agua, hora de cosechar menta y romero para el té, de desempolvar los abrigos y sacar las agujas del placard (pronto se necesitarán mantas en muchos rincones).
Y, también, de preguntarnos qué necesitamos soltar, cada uno, para hacer lugar a lo nuevo. Quizás sea la queja, la pasividad, el desánimo, la autocrítica, la intolerancia. Podemos recurrir al antiguo poder del ritual, y entregar la intención, cifrada en algún símbolo al agua, al aire, a la tierra, al fuego.
O, mejor aún, abonar con un gesto concreto el camino de lo nuevo.
Que podamos soltar con entrega, sin guardarnos nada.
Que los herman@s del norte puedan recibir de brazos abiertos la eclosión que viene.
Que, como los grillos y los pájaros, entremos en la noche cantando.
F.F.