En el umbral de la esperanza

@wasipat

“Debemos plantarnos en el umbral de la esperanza” aún en situaciones que generan pesimismo, escribe Victoria Safford, “porque con nuestras vidas creamos respuestas, todo el tiempo, a este ávido, bello, mutilado, maravilloso mundo”.
Algo de esto se nos cruzó a quienes conformamos Mujeres en acción (agrupación auto-gestiva que busca crear una sociedad guiada por el amor, el respeto y la justicia de género), junto con una ola colectiva de emoción, cuando Silvia S., una potencia santafecina que tenemos el honor de contar en nuestras filas, nos contó lo ocurrido.
No llevábamos más de unas semanas trabajando -recopilando material para nutrir las iniciativas que nos proponemos-, cuando Silvi se topó con la precisa situación que queremos ayudar a prevenir / impedir / sanar: una mujer que conoce desde hace años le reveló que los hematomas que tenía en la cara (que antes atribuyó a un accidente) eran producto de una golpiza de su pareja.
Silvi se puso en acción: contactó a las hijas (adultas) de M., y les informó de todos de los recursos con los que podían contar. Luego acompañó a M. al consultorio de una psicóloga especializada en violencia de género, que consiguió a través de la Secretaría de Género y Derechos Humanos, quien, a su vez, puso en contacto a M. con una psiquiatra, también especializada, para ayudarla a tranquilizarse.
Las hijas obtuvieron la ayuda de su padre (ex pareja de M.), y entre todos pudieron excluir al agresor del hogar. M. hoy está viviendo en casa de su madre, y tanto ella como las hijas tienen en sus teléfonos el app “No estás sola” (creado por un equipo de jóvenes rosarinas), además del dispositivo terapéutico.
Silvia sigue acompañando, procurando empujar el proceso legal. Pero no deja de repetir que ni M., ni sus hijas, conocían los recursos con los que podían contar, como tampoco los conocía ella, antes de que emprendiéramos el trabajo de recabarlos y actualizarlos, para luego ponerlos a disposición de tod@s.
Como tantas mujeres, Silvi no ha sido ajena al flagelo de la violencia. “Siento que, en la medida en que puedo acompañar a otras mujeres a salir de situaciones como esta, yo también sano”, nos compartió. “Ahora encuentro sentido al sinsentido que me acompañó durante tantos años”.
Silvi actuó de aliada y de mentora, y su actuación fue clave para que la vida de M. no tomara un giro trágico. Necesitamos crear una legión de Silvias, un ejército de mentoras capacitadas para intervenir donde haga falta, y para ser, a la vez, agentes de cambio en sus ámbitos, a lo largo y a lo ancho del país.
Comenzamos por la Argentina, con la generosa anuencia de nuestras compañeras latinoamericanas, que trabajan codo a codo con nosotras, sin importar a quien llegue antes la ayuda.
“La esperanza no es la certeza de que algo va a salir bien; es la convicción de que algo vale la pena”, escribió el lúcido Vaclav Havel. Nunca tan claro para nosotras. Gracias, Silvi, por ponerle el cuerpo a este anhelo. Gracias a M., por tu coraje (aun sin conocerte, lo percibimos). Gracias a todas las mujeres que trabajan, desde miles de organizaciones, para construir el mundo que nos merecemos.

Si querés sumarte a este equipo de entusiastas, escribinos a mujeresenaccionya@gmail.com

Por una cultura de aliados

Gonzalo Davio / La Palabra Rojas

Todos sentimos las tripas retorcerse al leer de la complicidad de las fuerzas de la Policía bonaerense en el asesinato de Úrsula Bahillo, en manos del policía bonaerense Matías Martínez. Complicidad tácita y explícita: en el rechazo a tomar denuncias, en apenas mover al oficial tras la primera acusación, en solo apartarlo con carpeta psiquiátrica al sumarse las denuncias, sin tomar una sola medida preventiva. Todos sentimos una ola de impotencia frente a la desidia de los funcionarios que debían velar por la joven desesperada Y fuimos una ola de furia ante las palabras que usó el asesino para anoticiar a su tío de las 15 cuchilladas: “Me mandé una macana”.

Hoy nos atraviesa el crimen de Úrsula, pero es solo el más reciente. Y, si nada cambia, no será el último.

En la madrugada del 13 de marzo de 1964, una joven de 28 años llamada Kitty Genovese fue asesinada fuera de un complejo habitacional, en Queens, Nueva York. Dos semanas después del brutal asesinato, el New York Times publicó un artículo denunciando que 38 personas habían visto o escuchado el ataque, y ninguno había hecho nada para ayudarla.

El crimen dio nacimiento a lo que la psicología más tarde bautizaría “el efecto espectador”: la tendencia a que, cuando muchas personas atestiguan un acto violento (o un accidente, o una persona en problemas), la mera presencia de otros en la escena neutralice la acción. La presunción inconsciente es que “alguien” –otro- intervendrá, y entonces nadie lo hace: la presencia del grupo difumina la responsabilidad.

En base a este hecho, las estrategias más actuales contra el bullying hacen foco en el entorno, en las personas que rodean a la víctima y el victimario. Si nadie festeja el acoso, el violento tiende a desistir. Si un espectador interviene, aun sin tener relación directa con el bully o con el acosado, aumentan enormemente las chances de que el acto cese.

Vuelvo, ahora, al crimen de Úrsula; al policía que ya había sido acusado de violar a una menor discapacitada y de acosar a otra ex novia, compañera de la fuerza; el mismo que tenía 18 denuncias alojadas en su contra; el que era conocido por sus vecinos por sus conductas violentas. En otras palabras: al crimen más anunciado de la historia.

Fueron más denuncias que puñaladas, pero ninguna denuncia, ninguna perimetral, ningún botón anti-pánico logró evitar que Martínez cumpliera con su amenaza, y la matara.

Los 44 femicidios que van en este flamante 2021 dan cuenta de la insuficiencia del sistema judicial en sus deberes de amparo, y de las falencias flagrantes en la aplicación de las leyes creadas para ese fin. ¿Alguien puede explicar cómo y por qué, en diciembre pasado, cuando el fiscal Sebastián Villalba (de 9 de Julio) pidió la detención de Martínez por un caso anterior de abuso, “el juzgado dijo que había que esperar” y lo dejó en libertad? ¿Hace falta exigir que las fuerzas destinadas a proteger a los ciudadanos se ocupen de resguardar a las víctimas, y no a los victimarios?

Y, aun así, sabiendo que dependemos de los organismos cuya función es defendernos, sabiendo que debemos obligar a esas fuerzas a cumplir su función, resuena en mí una frase, pronunciada por un vecino de más de 20 años del barrio de Rojas donde vivía Martínez. “Ya todos sabíamos cómo era”, dijo. Donde hay violencia, salvo casos muy inusuales, hay testigos. Y donde no hay testigos, es porque las víctimas no sienten confianza de acercarse a alguien y contar; confianza de que serán escuchadas, de que no serán juzgadas, que sus miedos no serán minimizados o desestimados.

“Para que el mal triunfe, solo se necesita que los hombres de bien no hagan nada”, dijo el escritor y político irlandés Edmund Burke. Todos –hombres y mujeres- debemos abandonar el rol de espectadores, superar el “no te metás”, el miedo a equivocarnos y hacer algo. ¿Hacer qué? Hablar, escribir, gritar, resguardar, acercar recursos, ocultar a la víctima y exigir –con la fuerza mancomunada del grupo- que se detenga al agresor. Que golpeemos, entre todos, las puertas de las comisarías y los juzgados, y exijamos una Justicia del siglo XXI, que priorice a los vulnerables y tome acción inmediata contra los agresores.

No ignoramos la complejidad que puede tener la violencia de género. Sabemos que, en muchos casos, las mujeres necesitan de un acompañamiento compasivo y sutil para poder de salir de vínculos opresivos y tóxicos, y debemos aprender a ofrecer esa escucha, esa ayuda. Pero cuando una mujer pide socorro a gritos, no podemos no estar todos ahí, al instante, cerrando filas a su alrededor.

Para no llegar a instancias desgarradoras, urge que pasemos de una cultura de testigos a una cultura de aliados. Las mujeres venimos defendiéndonos unas a otras, marchando y reclamando a viva voz, desde hace muchos años. Pero no alcanza. Solas no podemos. Necesitamos que los hombres asuman la causa como propia: que cuestionen qué nivel de responsabilidad puedan tener, por acción u omisión, aun en pequeños actos; que confronten a la cultura del poder sobre que impera todavía en demasiados ámbitos, y militen activamente por una cultura del poder con.

La violencia contra las mujeres no es una condena biológica, un flagelo social, un mal histórico inexpugnable: es una decisión. Prospera en el silencio, en el ocultamiento, en el mirar sin ver.

Por Úrsula, por sus amigas, por su madre, por todas las mujeres que hoy buscan una salida solas y desesperadas, frente a una Justicia indiferente: miremos, veamos, actuemos.

F.F.

Cómo ser un buen salvaje

Mi abuelo Simón quiso ser un buen salvaje,
aprendió castilla
y el nombre de todos los santos.
Danzó frente al templo
y recibió el bautismo con una sonrisa.
Mi abuelo tenía la fuerza del Rayo Rojo
y su nagual era un tigre.
Mi abuelo era un poeta
que curaba con las palabras.
Pero él quiso ser un buen salvaje,
aprendió a usar la cuchara,
y admiró la electricidad.
Mi abuelo era un chamán poderoso
que conocía el lenguaje de los dioses.
Pero él quiso ser un buen salvaje,
aunque nunca lo consiguió.

Mikeas Sánchez

Originaria de Ajway (Chapultenango, Chiapas), Mikeas Sánchez es poeta en lengua zoque, escritora, productora de radio, traductora y docente de la Universidad Intercultural del Estado de Tabasco.