El 8 de marzo siempre tuvo un sabor agridulce: un día destinado a celebrar los logros de la lucha por la igualdad de derechos para las mujeres, pero que, a la vez, nos recuerda inevitablemente el camino que queda por recorrer.
Este año, en la Argentina, es una fecha especialmente cargada. A pesar de las manifestaciones masivas, denuncias y acciones realizadas desde la primera marcha #NiUnaMenos en junio de 2015, no solo no cejó el flagelo del femicidio: en los dos meses que lleva el 2021 (acaso como secuela de un 2020 transcurrido en cuarentena), llevamos ya 44 muertes, muchas de ellas trágicamente anunciadas.
Frente a esta realidad, la indignación forcejea con el desaliento. ¿Puede ser, con todos los recursos colectivos con los que contamos, no podamos frenar este resabio de la Edad de Piedra?
El desaliento es humano y comprensible, pero es un lujo que no podemos darnos. Más bien, debe llamarnos a renovar -más aún que redoblar- la apuesta.
Erradicar la violencia de género requerirá sin dudas cambios estructurales: compromiso político, el cumplimiento de las leyes dictadas para combatirla, inversión en las organizaciones de mujeres, mejoras socioeconómicas que saquen a las mujeres de la indefensión, servicios policiales y legales que cumplan con su función.
Pero hay otro frente igual de crucial, que nos involucra a todos. Hasta la violencia más concreta y despiadada se alimenta de lo sutil: una concepción del mundo que sigue ubicando a las mujeres en un rol subordinado, que entiende el poder como una fuerza de opresión, que propone a los hombres un modelo de masculinidad tóxica y, sobre todo, que se construye sobre una matriz de soledad, competencia y desconexión.
La idea de que somos individuos separados, y que podemos “salvarnos” a nosotros mismos, sin importar lo que pase a los demás, no solo es enfermante; es también profundamente falsa. Ciencias como la física, la biología, la psicología y otras disciplinas contemporáneas corroboran con creciente firmeza lo que siempre han enunciado las tradiciones de sabiduría: somos una red infinita de consciencias interconectadas (algunos hablan, de hecho, de una única consciencia): lo que le hacemos a uno le hacemos a todos.
La evolución de la consciencia tiende a afirmar esta comprensión, pero gran parte de la población sigue presa de la ilusión de la separatividad, con sus drásticas consecuencias. En esta encrucijada –un punto de inflexión en la historia de la humanidad-, las mujeres somos el problema (por ser las principales víctimas del mito patriarcal) y, a la vez, la solución.
¿Por qué? Porque las mujeres encarnamos más fácilmente lo que algunas tradiciones han bautizado “lo sagrado femenino”: una consciencia que hace pie en lo circular, en la primacía de los vínculos, en el valor de la ternura, en el servicio, en el cuidado de los niños, los ancianos, los animales, la tierra; una cosmovisión que entiende que construir comunidad es el único camino para crear un mundo seguro para todos.
Prueba de esto es lo que ocurre hoy en el movimiento por la justicia climática (más que “contra el cambio climático”), en el que una potente camada de militantes feministas despliega una forma nueva de liderazgo: priorizan el cambio por encima de las luchas de poder, trazan alianzas, intercambian recursos, celebran los logros de cualquier participante; generan propuestas que ayudan a sanar las injusticias endémicas, en lugar de agravarlas. Donde ellas se involucran, los resultados se reflejan en las estadísticas, y en las poblaciones que las encarnan.
Como refleja el libro “All We Can Save. Truth, Courage and Solutions for the Climate Crisis”, una brillante colección de ensayos y poemas de activistas ecologistas, las mujeres están en centro de la encrucijada: por un lado, son las más duramente golpeadas por el cambio climático; por el otro, los países en los que las mujeres tienen mayor status político y social, se registran menores índices de emisiones de carbono, leyes ecologistas más firmes y mayor cantidad de tierras protegidas. “Cuando estás cerca del problema, estás necesariamente cerca de la solución”, dicen Ayana Elizabeth Johnson y Katharine K. Wilkinson, las antologistas, en su llamado a la esperanza activa.
Es con este espíritu que un grupo de mujeres nos auto-convocamos, bajo el nombre “Mujeres en Acción. Por una comunidad de aliadas”, con una intención tan sencilla como ambiciosa: trabajar, con todas (y todos) quienes quieran sumarse, para ayudar a crear una comunidad en la que el respeto, la compasión y la libertad de todos sus miembros sea un credo unánimamente celebrado y defendido. Una comunidad en la que ningún dolor resulte indiferente, y en la que la alegría de una/o sea la alegría de todas/os.
Las experiencias más exitosas contra el bullying (como el Programa Kiva, de Finlandia) se basan en educar a la comunidad escolar (no solo a los victimarios) en empatía y educación emocional, convirtiendo a los testigos de situaciones de acoso en aliados. El mensaje clave es: Podemos frenar esto entre todos. Del mismo modo, creemos que es posible construir un ecosistema de cuidado y pertenencia, en el que el “poder sobre” vaya cediendo lugar progresivamente al “poder con” y al “poder interior”, que son las únicas fuerzas reales y sustentables con las que contamos.
Aunque cueste verlo, el mundo ya camina en esta dirección (basta con mirar atrás, apenas unas décadas, a las costumbres y creencias que hoy nos resultan inadmisibles). Pero el cambio se produce a paso lento y de modo desigual. Necesitamos abonar este alumbramiento con el trabajo decidido, y la colaboración de las manos, cabezas y corazones de todos.
Las mujeres que conformamos esta comunidad pertenecemos a distintos países latinoamericanos (¡cada día se suman nuevas compañeras!) y traemos a la tarea, cada una, sus propios dones, saberes e intuiciones. Buscamos armar red con las instituciones que trabajan en esta área, y con todos los actores sociales posibles, sumando las perspectivas que venimos investigando (sobre todo, en lo que hace a las estrategias de comunicación y transformación social).
Nos une la urgencia de actuar, pero también una esperanza de raíz profunda. El ex presidente de Yugoslavia, Vaclav Havel, lo expresó de este modo: “La esperanza no es la certeza de que algo va a salir bien, es la convicción de que algo vale la pena”. Si compartís esta convicción, si querés trabajar codo a codo para sembrar esta visión y alimentarla con actos concretos y cotidianos, escribinos a mujeresenaccionya@gmail.com. ¡Te estamos esperando!
Primeros objetivos!
Si bien nos brindamos espacios para pensar juntas y madurar las ideas, Mujeres en Acción, como su nombre lo indica, no es, fundamentalmente, un espacio de debate y reflexión. Sentimos que la urgencia de la situación de tantas mujeres requiere que las iniciativas que puedan ayudar se implementen lo antes posible.
Con este fin, nos estamos conectando con distintas organizaciones de mujeres, para colaborar de todas las formas posibles.
En cuanto a las iniciativas propias, los objetivos de arranque son:
- Crear una comunidad de aliados/as. Tomando el exitoso modelo de Rosario, proponer que en la ciudad de Buenos Aires (y, eventualmente, en el resto del país, y en los países de otras participantes de la iniciativa, como México, Chile, Ecuador) se implemente un ecosistema de ayudas de distintos niveles. El más básico: un programa por el cual los comercios, restoranes, cafés, locales y espacios de todo tipo se inscriban como “Casas aliadas”, con el propósito de recibir a mujeres en riesgo (sea por estar amenazadas por sus parejas o conocidos, o por estar sufriendo acoso callejero) y recibir una primera asistencia, a la vez que hacer puente con los organismos de seguridad y dispositivos legales dispuestos para ese fin.
- Formación de mentoras. Formar voluntarias en el arte de acompañar mujeres que están en relaciones violentas. La formación será gratuita, y la función de las mentoras será dual: abocarse a las mujeres que puedan necesitarlas y, a la vez, dictar talleres en escuelas e instituciones públicas, y compartir sus saberes a través de los medios y las redes. El rol de “mentora” implica una forma particular de acompañamiento: más guía que enseñanza, se trata de una relación de pares; su rol principal es empoderar, ofrecer recursos, y ayudar a las mujeres a llegar ellas mismas a la decisión de hacer el cambio.
- Crear un dispositivo de alarma multifunción. Colaborar con los/as creadoras de las aplicaciones para celular para situaciones de emergencia hoy disponibles, para sumar esfuerzos y procurar que un mismo dispositivo pueda:
- Producir un sonido disuasivo (identificable por la población como un pedido de ayuda por violencia de género).
- Alertar a una red de contactos pre-determinada.
- Contactar al 911.
- Activarse sacudiendo el aparato.
Estas son algunas de las iniciativas en las que ya estamos trabajando, a la vez que una Comisión de exploración se ocupa de pensar más ideas para llevar a la acción. Si querés participar en alguna de estas propuestas, o en todas, no dudes en sumarte!
(Nota publicada originalmente en Revista Sophia)