Una noche que fue ofrenda

No importa cuántos “gracias” se dijeron. Quizás demasiados, ya que ese era el tema de la noche y no existe, aún, en castellano, otra palabra que supere a ese vocablo en riqueza y que nombre esa precisa emoción, esa exacta actitud ante la vida que la noche buscaba homenajear.

No importa cuántos gracias fueron porque, al decir de Brother David Steindl-Rast, monje benedictino, autor de una decena de libros sobre las honduras de la vida espiritual, constructor de puentes entre las religiones y también entre quienes sustentan una fe y quienes se abstienen de ello, la gratitud se expresa y se explicita en la alegría del corazón, venga o no acompañada esa emoción de la palabra “gracias”. Y esa alegría fue palpable en cada instancia de la velada que compartieron unas mil personas, el martes 3 de mayo, en el auditorio La Nave de las Ciencias, de Tecnópolis. Afuera, el viento era helado. Adentro las velas ardían aun antes de encenderse.

Con Boy Olmi como presentador, el encuentro se inició con un breve rito para contactar con el corazón, en el que empezó a tenderse una red invisible que acompañaría la velada. Luego Brother David Steindl-Rast recibió al público junto al célebre Pedro Aznar. Desde el centro del escenario invitaron al público a cantar juntos una nota, una sola, para seguir entretejiendo energías, como preparación de una noche que se apoyaría en todo momento en la emoción y la intimidad compartida.

Brother David desgranó luego su sencillísima explicación sobre la esencia de la gratitud. Explicó que la alegría de la gratitud surge espontáneamente en presencia de dos factores muy habituales en la vida: la conciencia de recibir algo valioso, y que ese algo valioso sea completamente libre, dado, gratuito. Si bien la emoción surge en las personas con mucha facilidad, explicó, nos gustaría poder sentirla en todo momento, incluso cuando no están pasándonos cosas buenas. ¿Cómo se logra? Tomando conciencia de que cada momento, con sus cualidades únicas, es en sí mismo valioso, y es un regalo. “No podemos hacer nada para comprar el próximo momento”, dijo. Por lo tanto, si podemos ver cuál es la oportunidad que se presenta en cada momento –sea para disfrutar (como ocurre la mayor parte del tiempo), para protestar cuando algo está mal, o para entrar en acción y cambiar lo que haya cambiar-, podremos asir la oportunidad del momento y vivirlo con plenitud y alegría.

Para esto, propone el monje un camino de tres pasos: Stop (detenernos) – Look (ver la oportunidad) y Go (avanzar). Si hacemos este pequeño procedimiento, tan simple que hasta los niños lo aprenden con facilidad, cada vez que lo recordemos, estaremos honrando lo que la vida nos ofrece a cada momento. Y, de paso, seremos mucho más felices. “Eso es lo maravilloso de esta práctica espiritual que es la gratitud: si empiezan a hacer este ejercicio hoy mismo, se irán a dormir esta noche mucho más felices de lo que eran esta mañana. ¡Es instantáneo!”

Pero, instantáneo o no, lo cierto es que, muchas veces las cosas conspiran para alejarnos de la emoción de la gratitud. ¿Cómo transitar con gratitud una enfermedad grave, una situación social acuciante, la pérdida irreparable de un hijo? En esas instancias límites no podemos hablar de gratitud como emoción espontánea pero sí de “vivir agradecidos” en el sentido de abrir el corazón a la posibilidad del retorno de la luz. De esa porción de la realidad dieron cátedra las tres invitadas siguientes.

A través de la pantalla montada en el escenario, la escultora Margarita Gordyn, dio cuenta de que, aun padeciendo una enfermedad durísima como es la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), que la ha dejado virtualmente inmóvil, es posible habitar momentos de agradecimiento y contacto con la belleza de la vida. “Lo que hago es ir hacia adentro. Ir hacia adentro es vivir el presente, y desde ahí es posible agradecer”, dijo, y citó ejemplos: “Siento gratitud por mi nieta, que nació el año pasado, por los libros que me leen, por mis plantas, por mis vínculos. (…) A veces tengo miedo, siempre tenemos miedo, es natural porque somos humanos. Entonces, cuando siento miedo, respiro el miedo, lo acepto, lo dejo ser.” “La vida es milagrosa… hay mucho por agradecer” Esta última frase, asombrosa en sí misma, quedó resonando en el escenario mucho después de que su imagen dejara la pantalla.

Vicky Viel Temperley subió luego al escenario con paso firme y con idéntico vigor contó su historia: cómo perdió a su hijo de 17 años a un cáncer, y lejos de quedar atrapada por siempre en el duelo peor, el más temido, salió a hacer de su dolor un instrumento. Creó la Fundación Dónde Quiero Estar, que ofrece a pacientes oncológico apoyo psicológico, reflexología y arte. En cada paciente angustiado a quien logra arrancar una sonrisa, en cada conquista de la paz por encima del miedo, Vicky ve renacer a su hijo. Está claro: son muchos los afortunados que han renacido bajo sus cuidados.

Luego fue el turno de Cielo Escalada, fundadora del Comedor La Buena Voluntad, de Ciudad Oculta (Lugano). Con una voz que no olvida a la niña que fue, Cielo contó cómo, décadas atrás se encontró ante una decisión difícil. Sus hijos eran chiquitos y la vida en el barrio no era fácil, pero era aún peor para las decenas de chicos que la rodeaban y muchas veces se iban a dormir sin comer, o andaban por ahí descalzos o desabrigados. Reunió a otras madres del barrio y juntas pusieron manos a la obra. Lo que empezó en un galpón vacío es hoy un espacio alegre y acogedor que ofrece alimento a 400 chicos por mes, además de apoyo escolar, taller de fotografía y estímulos de toda clase. ¿Qué tiene Cielo para decir al respecto de este enorme esfuerzo? “Estoy enormemente agradecida. Sufro de artrosis reumatoidea y, de no haber sido por los chicos, seguramente hoy yo estaría hoy postrada en cama, sin hacer nada. Ellos me dan ganas y ánimo para levantarme cada día. Estar con ellos me hace muy feliz. Soy una afortunada”.

Virginia Gawel, psicóloga y poeta, compartió a continuación la poesía “Por qué quise nacer”, haciéndose eco del misterio de las vidas de Margarita, Vicky y Cielo, y su luz inextinguible.

La velada continuó con un diálogo entre Brother David y el rabino Daniel Goldman, de la Comunidad Bet-El. La coincidencia entre ambos fue absoluta: la felicidad estriba en la sabiduría de aprovechar las oportunidades que nos brinda la vida, tanto en la actividad como en la profunda calma, tanto en el silencio como en la palabra. Daniel compartió, a modo de ejemplo, un delicioso cuento jasídico: un sastre y su esposa vivían en un pueblo pequeño, al que un día llegó un tren que hacía posible visitar la lejana Varsovia. La mujer volaba de entusiasmo por conocer la gran ciudad y pidió al rabino instrucciones para poder hacer el viaje. Entusiasmada, la mujer siguió las indicaciones del esposo: dos cuadras a la derecha, una a la izquierda, llegar a la estación y esperar el tren de las 4 de la tarde. La esposa del rabino siguió el recorrido a la perfección, llegó a la estación, y desde el andén vio llegar y partir el tren de las 4. Replicó el mismo camino en sentido inverso y llegó de vuelta a su casa. Cuando el rabino le abrió la puerta, la mujer miró azorada y exclamó: “¡No sabía que vos también ibas a Varsovia!”. El rabino había olvidado una indicación importante: no alcanzaba con llegar hasta el tren, también había que tomarlo.

Las risas que despertó la historia no estuvieron exentas de reconocimiento: ¿cuántas veces esperamos que las cosas vengan a nosotros, sin dar los pasos indispensables para hacernos de aquello que queremos o necesitamos?

Siguió el diálogo entre Brother David y Pedro Aznar. Más que un diálogo, fue un encuentro de almas sembrado de música, poesía y confesiones mutuas. Pedro abrió su corazón al son de “Quebrado”, y escuchó luego las reflexiones de Brother David sobre esa “lanza que abrió un costado” con sus profundas reminiscencias para el cristianismo. El cantante compartió esa apreciación, coincidiendo en que las roturas que soportamos son lo que nos hacen bellos y las que nos conectan esencialmente con los demás. Coincidieron también en que esto último -la necesidad de conectar con otros corazones, dolientes o plenos- bien podría ser una de las principales motivaciones del arte. “Cuando alguien se anima a hablar de su dolor, resulta sanador”, apuntó Brother David.

“Yo canto para mostrarte que sangro igual que vos / y está oscuro en esta cárcel / que soy desde que tengo memoria / y está ciega mi mirada / sin tu luz”, entonó Pedro, en el primer verso de la bellísima “A cada hombre, a cada mujer”. Cuando se apagó el último acorde, o más bien el último aplauso, Brother David señaló que lo que necesitamos para poder salir de esa cárcel a la que alude la canción es confianza en la vida. Y que nos liberamos unos a otros extendiéndonos nuestra confianza mutuamente, “así como el niño confía en su madre y la madre confía en el niño cada vez que le dice: ‘¡vos podés!’”

Pedro estuvo de acuerdo y compartió que, en su caso, como el de tantos artistas, las canciones de amor muchas veces devienen en rezos, y que el amor romántico se separa del amor divino “apenas por una octava”. “No podemos acceder a la trascendencia solos: trascendemos de la mano de otros”, concluyó.

El resto fue seguir la celebración por otros medios. Pedro encendió un cirio en manos de Brother David, quien a su vez dio luz a una decena de velas en manos de personas que iban subiendo al escenario, representando a distintos sectores del público. Cada vela era una oportunidad para agradecer no solo para quien sostenía la vela, sino para todas las intenciones reunidas en ese acto.

Coronó la ceremonia otra poesía devenida en rezo: “Gracias a la vida”, de la enorme Violeta Parra. Así, al unísono agradecimos “por el sonido y el abecedario”, “por la marcha de mis pies cansados”, “por el corazón que agita su marco”, y por cada tramo del encuentro que llegaba a su fin. Curiosa fusión de mil corazones en uno, de pasado y futuro en un instante eterno, de penas con alegrías, de sombras con luz. Misteriosa ofrenda, como la vida.

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