Los jazmines primero, después los azahares,
las arvejillas, las flores del paraíso.
Una mañana, el crayón lila del jacarandá
hace de la tierra un cielo.
Y entonces las moras, la magnolia,
los fuegos blancos
de la madreselva.
La acacia rosada estrena sus filamentos de seda:
brochas para rubor, peinetas de ninfa.
En la sombra del roble, el zorzal
suelta el canto
que incubó todo el invierno,
el que ensayó en secreto,
una y otra vez,
para este día.
El aire se espesa como melaza,
puro y prometedor:
los tilos abren sus flores.
Fabiana Fondevila
Fotos: Miriam Pösz