El camino de vuelta a casa

La mente crea el abismo y el corazón lo cruza“.
Sri Nisargadatta

Pasamos nuestros días tan enfrascados en nuestras cabezas, que el más simple movimiento hacia el corazón basta a veces para generar una pequeña revolución interna. Aquello que nos molestaba o nos irritaba, las preocupaciones que enturbiaban la paz del ego, las diferencias de apariencia insalvable que nos separaban de otros, todo se disuelve como hielo bajo el sol cuando logramos recuperar el lenguaje de la gratitud, la mirada del asombro.

Todas las tradiciones de sabiduría enseñan prácticas y métodos para ayudarnos a zanjar esa brecha. Pero lo curioso es que el portal a esa dimensión de la intimidad nunca queda lejos: el pájaro que nos roza con su vuelo, las hojas que se desprenden con el viento, la mirada alzada al cielo alcanza para sacudirnos la ilusión y despertarnos. Mirar a otro, verdaderamente mirarlo, como si en sus ojos buscásemos el secreto último de la vida, es otro camino seguro. Escribir, pintar, bailar, cocinar, los mil y un caminos que nos ponen a disposición, como si abriéramos las manos para recibir un regalo.

Poco importa si vivimos en una ciudad atestada de autos, o en la remota cumbre de la montaña: el camino de vuelta nos pertenece. Ejercer esa gracia, al menos un instante cada día, puede que sea nuestra ambición más alta.

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