“¿Alguna vez les conté sobre el ritual en Kentucky en el que tuve que entregar siete cosas? Fue una de las experiencias grupales más interesantes que viví jamás. Eramos un grupo de unas 49 personas en un encuentro que realizó una sociedad para la transformación de la conciencia. Dos parejas de la Universidad de Vermont, profesores con sus esposas, habían organizado un ritual en el que todos participaríamos. Nos dividieron en siete grupos de siete y nos indicaron que pasáramos el día pensando en las siete cosas sin las cuales no podríamos vivir: “¿Cuáles son las siete cosas que hacen que su vida valga la pena?” Luego teníamos que recoger siete pequeños objetos que entraran en la palma de la mano, que representaran esas siete cosas adoradas, y debíamos saber cuál correspondía a cuál.
Al anochecer caminamos por una calle boscosa hasta la entrada de una cueva. La cueva tenía una puerta de madera. Frente a la puerta había un hombre con una máscara de perro: Cerbero ante las puertas del infierno. Extendió su mano y dijo “Dame aquello que adores menos”. Al entregarle el objeto requerido, él abría la puerta y nos dejaba pasar.
Y así uno entraba a la cueva, un lugar enorme, sosteniendo las otras seis cosas que uno adoraba. En cinco ocasiones más, se nos pidió que entregásemos aquello que menos adorábamos, hasta llegar a aquel objeto que representaba lo más atesorado. Y uno se enteraba de qué era eso, créanme. Se enteraba en serio. Y el orden en el cual uno entregaba sus tesoros era revelador: uno se enteraba realmente del orden de sus valores. Al final había una puerta de salida, y había que pasar entre dos personas. Pero antes de hacerlo, había que entregar aquello que uno más valoraba. Puedo decirles que ese ritual funcionó. Todos los participantes con los que conversé tuvieron una experiencia de “moksa”, o liberación, al entregar ese último tesoro. Un idiota fue la única excepción; él no entregó nada. Así de serio fue ese ritual. Cuando se le pidió que entregara algo, simplemente se agachó, tomó una piedrita del suelo y la entregó. Esa es la negación del llamado.
… cada fracaso en lidiar con una situación de vida implica, finalmente, una restricción de la conciencia. Las guerras y las rabietas son las marcas de la ignorancia; los arrepentimientos son iluminaciones que llegan tarde.
Lo fascinante, para mí, fue la experiencia misma; una sensación de participación gozosa. Ver cómo las ataduras anteriores se iban soltando realmente cambió la forma en que uno se sentía respecto de los tesoros entregados. Se incrementó el amor por ellos sin la tenacidad. Me asombró.”
Joseph Campbell, en A Joseph Campbell Companion, Reflections on the Art of Living, una selección de sus charlas y conferencias.
Foto: Ken Smith.