Cuando la gratitud le gana al odio

Prabhjot Singh podría ser hoy un hombre con una historia de terror para contar. En cambio, ha elegido contar una historia de gratitud.

Hace unas semanas, fue atacado violentamente en el barrio neoyorkino de Harlem, donde reside con su mujer y su pequeño hijo. No lo atacaron para robarle, y tampoco fue un ataque azaroso. Los jóvenes que descargaron su furia sobre él se enojaron con su barba y su turbante -símbolos de la práctica del sijismo, la religión india a la que Prabhjot pertenece-, que pensaron lo identificaban como un musulmán. Fue, por lo tanto, un ejemplo clásico de violencia racial, que podría haber terminado en lo que hoy se conoce como “un crimen de odio”.

Prabhjot es un profesor adjunto de Relaciones Internacionales en la Universidad de Columbia, y un residente de medicina interna en el Hospital Mount Sinai, en Nueva York. Su esposa es la fundadora de City Health Works, una institución sin fines de lucro que provee servicios médicos a las comunidades de East Harlem. Pero, sobre todo, esta pareja de vida sencilla e ideales altos, venera los preceptos Sij que exaltan la compasión, la humildad y la igualdad entre las personas ante todas las cosas. En lugar de devolver ira con ira, Prabhjot eligió entender su experiencia de la siguiente, admirable manera:

“Las personas me preguntan qué siento al haber sido víctima de la violencia racial. Honestamente, no puedo darles una mejor respuesta que, simplemente, ‘Gratitud’.

Siento gratitud por varias razones. Si me hubieran atacado apenas un poco más violentamente, podría no estar consciente hoy para contar mi historia. Si me hubieran atacado sólo media hora más temprano, hubiesen lastimado a mi mujer y a mi hijo de un año. Y si me hubieran atacado en cualquier otro lugar, no habría habido transeúntes alrededor para salvarme.

Recuerdo que mis atacantes me gritaron insultos como ‘Osama’ y ‘terrorista’ antes de agarrarme de la barba. El recuerdo más vívido e inesperado es de cuando me tiraron al piso de una trompada. Recuerdo estar ahí, tirado en el piso, esperando que los golpes y las patadas se detuvieran.

Sí, es cierto que mis atacantes me fracturaron la mandíbula y me arrancaron algunos dientes con sus golpes mientras me gritaban insultos. Pero entiendo que podría haber sido mucho peor. Soy médico residente en East Harlem, Manhattan, y he visto la clase de daño que las personas con capaces de infligir inspirados por el odio. Por eso, me considero extremadamente afortunado.

Las personas me preguntan todo el tiempo si vamos a dejar el barrio. Mi esposa y yo no tenemos ninguna intención de mudarnos. Hemos amado vivir los últimos años en esta zona amistosa y vibrante; nuestras experiencias aquí han sido mayormente positivas. Nos encanta servir a esta comunidad, y hemos construido nuestras carreras para ayudar a proveer servicios de salud accesibles a barrios como este. Mi esposa acaba de inaugurar City Health Works, un emprendimiento sin fines de lucro que ayuda a formar médicos y a mejorar la salud de la comunidad de Harlem. Yo también ejerzo la medicina en este barrio, y soy profesor en la Universidad de Columbia, y mi gran objetivo es proveer servicios de salud para las comunidades carenciadas.

Más que desear que atrapen a mis atacantes, me importa que les enseñen. Mi tradición me enseña a valorar la justicia y la responsabilidad individual, pero también me enseña el amor, la compasión y la comprensión. Es una situación difícil. Me importa la gente de mi comunidad. Quiero que las calles sean seguras para mi hijo, pero al mismo tiempo, no me siento cómodo con la idea de poner a más jóvenes de mi barrio en el camino rápido a la encarcelación. Este incidente, por más desafortunado que sea, puede ayudar a iniciar una conversación en mi barrio que cree más entendimiento en la comunidad.

Mi esposa y yo pensamos criar a nuestro hijo en Harlem, y no puedo dejar de ver a los jóvenes que me atacaron como vinculados a él de algún modo. En un mundo hostil, ¿podría, él también, ser llevado a una acción semejante? ¿Podría él también sentir esa clase de odio?

Mi esperanza es que no. Mi esperanza es que nuestra familia siga formando parte de este barrio, que sigamos disfrutando de sus parques y sus plazas, y construyendo relaciones a través de nuestros trabajos. Creo que esto traerá un cambio positivo que nos fortalecerá a través de nuestra diversidad.

Puede que mi hijo algún día decida seguir practicando la religión Sij como adulto. Mi esperanza es que nuestro barrio, y todos los barrios del país, le brinden su apoyo sin importar cuál sea su camino.

Por eso, mi respuesta hoy es la gratitud. Mañana, mi respuesta también será la gratitud. Gratitud a la enfermera, al hombre mayor y a los otros samaritanos que vinieron en mi socorro; a la comunidad de Harlem; a mi comunidad de la Universidad de Columbia, a mi comunidad Sij; también a mi rol como marido, padre, médico, americano, maestro, activista y vecino.

Esta gratitud nos permite a mi esposa y a mí mismo permanecer optimistas de que nuestro hijo nunca va a tener que sufrir lo que yo acabo de experimentar.”

Al publicarse la historia de Prabhjot en el sitio de buenas noticias “Daily Good” (www.dailygood.org), entre una multitud de comentarios, un vecino del barrio de East Harlem, consignó este mensaje: “Gracias por tomar postura y gracias por elegir quedarse (…). Hay más que suficiente amor para usted y su familia en Harlem. Somos todos una gran comunidad. Gracias por su servicio.”

Fabiana Fondevila

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